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sábado, 23 de marzo de 2024

CONEXION!!!!! 205KM Bonus Track

Bustablado: esa pequeña población de Cantabria que es ya parte de mí historia personal, pero también es parte de una historia más grande. 
A una hora que es preferible no nombrar, porque es sábado, y en un sábado la gente descansa. Un ladrido lejano de algún perro que trata de guardar el sueño de sus dueños, sin percatarse de que la paradoja de la vida le lleva a molestarles con ese mismo ladrido que trata de protegerles. A esa misma hora alguien ha comenzado ya a caminar camino arriba, a uno de esos lugares a los que ni los montañeses de la zona quieren ir. 
Abajo, en el valle, la oscuridad, apenas rota por esa constelación de luces que guardan a las personas de sus fantasmas, recuerdan al caminante la tibieza que la mayoría de los humanos guardan aún bajo las mantas. La gente aun tardará algunas horas en abandonar sus sueños. 
Pero la oscuridad es precisamente lo que busca. Y es que en la profunda oscuridad de una sima esperan sus compañeros a que él llegue para, una vez más, tratar de hacer realidad un sueño. 
Una ultima mirada a la clara del alba que, tímida, comienza a dejarse ver tras las Peñas Rocías. Porque quien indaga las entrañas de la tierra sabe cuando entra, mas no cuando vuelve a ver la luz. Pero, a diferencia del resto de la gente, le gusta la oscuridad, le gusta el silencio. Sabe que la vida sin luz es más difícil, pero así aprende a mirar en su interior en lugar de centrarse en su aspecto. 
Para empezar, hay que centrarse, serenarse. Reconciliarse con los fantasmas del presente y del pasado. Porque un espeleólogo tiene miedo, como cualquiera. Y eso es bueno, porque demuestra que no hay locura, sino pasión. Por eso se conciencia y analiza la situación mientras baja por ese hilo que sostiene su vida en el transcurso de el camino vertical que, durante unos cientos de metros le lleva allí donde se fabrican los miedos de aquellos humanos que desconocen el interior de su mundo.
Revisar los anclajes, comprobar las cuerdas y sus nudos…atento a las piedras sueltas que puedan caer. Disfrutar del silencio y también, por un momento de la soledad, dos tesoros exiliados de la sociedad en la que vivimos. Uno se pregunta como puede vivir la gente sin poder escucharse a uno mismo. 
Al llegar al final de los pozos, donde ya pude caminarse con los pies como cualquier otro humano, tras unas galerías, alguna que otra trepada y gran variedad de movimientos, se abre una sala de dimensiones que solo los que han bajado allí serán capaces de contemplar gracias a la ayuda de la luz del frontal que hace de último enlace con la vida que lleva en el exterior. 
Un pequeño descanso; respirar unos segundos. Recuerdos, sensaciones… 
Hoy se respira algo especial en el ambiente. Quizá sea el día. 
A lo lejos se oyen voces, huele a café. Ya esta cerca el vivac donde esperan los compañeros para completar el equipo que trata de desvelar los más íntimos secretos de Aitken, que es como se llama la cueva. 
A esta hora, las 9:30 de la mañana según el reloj, ese aparato que rige toda actividad en nuestras vidas, un grupo más numeroso camina dejando tras de sí la estela de jaleo que lleva consigo su juventud. También ellos forman parte de este equipo que trata de encontrar el tesoro que esconde el enorme sistema del Alto del Tejuelo, algo insustancial para el resto del mundo. Y mientras bajan también al mundo sin luz, por otra cueva distinta, a la que hace ya muchos años alguien puso el nombre de Hormigas, se abre el canal por el que llegan los desvelos de aquellos que quedan fuera pendientes de los que están dentro. Son estos últimos los que tienden esa otra cuerda invisible que sostiene las vidas de los que hoy, como tantas otras veces, han decidido convertirse en exploradores y aventureros. Porque sin los que quedan al otro lado no podría ser un equipo completo y nada tendría sentido. 
Galerías de dimensiones inimaginables, trepar, arrastrarse por pasos estrechos, valorar los riesgos… 
Una vez en las zonas conocidas empieza la danza. Cada cual escoge su misión porque entre todos somos parte de un mismo cuerpo. Aquí no hay héroes, solo el objetivo importa. Pero algunos, en especial, y aunque no necesiten que sus nombres sean famosos, son el alma que mueve este cuerpo. Un alma que ha dejado ya 40 años de su vida en explorar y descubrir lo que quizá algún día sea reconocido por su importancia. 
Así que, como astronautas, se lanzan a lo desconocido en busca de sus compañeros que, desde el otro lado, tratan de encontrarse con ellos a través de esas zonas por las que jamás ha pisado ser humano alguno. Los grupos asaltan entonces las zonas que quedaron marcadas en el plano con un simple signo de interrogación. La motivación es más fuerte que la fatiga y el esfuerzo. 
Ambos equipos golpean con martillos y pitan con silbatos a la hora señalada con la esperanza de ser oídos por esa otra parte con la que desean unirse. Buscan por aquí, por allá. Pisan con esa sensación, mitad lastima por profanar lo que nunca ha sido pisado, mitad absurdo orgullo por ser los primeros, buscando cualquier indicio de una continuación. Se escala y se fuerzan pasos estrechos en busca de aquello que queda oculto al haz de luz que guía su camino. 
De pronto…no puede ser. O sí: se oyen voces a lo lejos. Un martillo golpea en algún sitio no demasiado lejos. Alguien mira una fractura que pasó desapercibida un rato antes y nota una corriente de aire significativa en la cara. Aire que trae voces, que trae ilusión y esperanza. Quizá si que es el día. 
Las voces se hacen más audibles a cada momento. Más y más hasta que ya no cabe duda. Pueden verse unos a otros a través de la grieta y el sentimiento es indescriptible. Volvemos a ser uno. Hemos conectado la Cueva de Hormigas con Aitken. Al fin son lo que siempre supimos que eran, partes de un gran sistema de cuevas que ha crecido ya hasta tener 205 kilómetros. 
Ahora solo queda romper ese trocito de pared que nos impide abrazarnos, después retirar ese bloque de piedra que tapona el estrecho hueco por que nos separa del contacto físico que en este momento tanto anhelamos. Un poco más, ya casi podemos tocarnos. 
Finalmente, el abrazo, que es el verdadero objetivo de nuestra aventura, pero también la nostalgia por no poder compartirlo con aquellos que, en silencio, nos apoyan desde fuera sin reproches. Aquellos que siempre guardan su mejor sonrisa para el reencuentro. 
A ellos debemos dedicarles nuestros logros. 
A Pili, Mercedes, Judit, Jordi, Antonio, Arturo y África, Fredo, Adolfo. También a nuestros hijos. 
Pero en especial, a todos y todas los que durante tantos años se han sacrificado por abrirnos las puertas que hoy nos han ayudado a seguir este camino. Y aunque ellos lo han hecho en silencio y sin necesidad de dar a conocer sus nombres, yo se lo agradezco con el corazón. 
Miguel Angel, Mercedes, Jordi, Antonio, koen, Dirk, Oswald, Pit y muchos otros. 
Gracias por ser nuestra inspiración.

LAGAR